martes, 31 de julio de 2012

69.- Algo huele a podrido en la Línea 5. Capítulo 3

Como ya advertí en su día, "Algo huele a podrido en la Línea 5" no es un cuento infantil, y aunque es literatura contemporánea de calidad innegable, incluye pasajes narrados con un estilo que algunos no dudarían en calificar de pornográfico, por lo tanto no apto para menores y tampoco apto para mayores escandalizables o con reparos de tipo moral. Si perteneces a cualquiera de esos dos grupos, no sigas leyendo esto; o si lo lees, no te quejes luego... ¡Pero cooooño!




Capítulo 3

 Mendigo de amor   

     En el reverso de la tarjeta que me había facilitado la señorita Puissy Dove figuraba la dirección y el número de teléfono de la tal Keytee Fodgen. Decidí darme una vuelta por allí para colarme disimuladamente en su piso y fisgonear. Como mi viejo “Buick” agonizaba en un taller de un “polígamo” de las afueras, a la espera de la llegada de unas raras piezas que dejaron de fabricarse el siglo pasado, no tuve más remedio que coger el metro.
     Al no ser hora punta, el “tubo” estaba más o menos despejado de populacho, y pude pillar asiento sin problemas. Pero la tranquilidad duró poco, porque en la segunda estación de mi recorrido entró un vocinglero “méxica” u azteca, descendiente de aquellos que se salvaron de la matanza que Cortés ocasionó en Tenochitlán, dando voces y atizando, como sin querer y como quien no quiere la cosa, guitarrazos a todos los que estaban a su alrededor. ¡Terrible venganza la de aquellos a los que un día nuestros mayores invadieron y ahora invádennos a nos, a puros gritos de rancheras pasionales!
- ¡Líííndo día tengan todos ustedes, mis cuates! ¡Un poquitito de música para amenisarles ahorita mesmo el viajesito! ¡Ay, Chihuahua!
     Nunca entendí lo de "¡Ay Chihuahua!"... Los alemanes no andan por ahí gritando "¡Ay, pastor alemán!" ni “¡Ay, Baviera!”... ¡En fin!
    Comenzó el unipersonal mariachi a entonar la folklórica tonadilla del cono sur “Solo le pido a Dios”… Mentira podrida porque el gachó no solo le pedía a Dios, sino a cualquiera que se pusiera al alcance de su gorrilla. La presencia de un “jurata” en el andén de la siguiente estación, hizo que el callejero “múxica” se callara de golpe y disimulara de mala manera su tinglado de guitarra, carrito con amplificador y flautas andinas. Se apeó, pero, lamentablemente, fue sustituido por un individuo con muy malas trazas, que desconocía por completo el concepto “jabón” y que nos contó a todos que acababa de salir aquella misma mañana de la cárcel, al igual que el día anterior y el anterior al anterior. Con un tono de voz extraño, entre amenazador e implorante, que pretendía infundir una extraña fusión de miedo y compasión, fue caminando a lo largo del vagón, y al constatar que nadie le daba nada y que las mujeres asían con más fuerza los bolsos a su paso, abandonó el convoy cagándose de palabra en cada una de nuestras queridas madres, dando por hecho que trabajaban todas de meretrices. 
     Tomó el mendicante relevo un tullido que según sus propias palabras se suponía tenía sida y lo único que realmente tenía era una pinta de zombi que tiraba para atrás. El mugriento tiparraco tardaba más de un minuto en soltar cada una de sus lastimeras frases y nos tenía a todos amodorrados y medio hipnotizados. Cuando se hubo ido el zombi, entró otro caballero pidiendo limosna. Este al menos, aunque también entonaba el característico tonillo monocorde, era original:
- Hola, muy buenos días tengan ustedes. Miren... Disculpen las molestias que pudiera ocasionarles... Miren, soy un pobre hombre que desde hace un tiempo arrostra de alguna manera lo que es una seria carencia afectiva. Mi mujer (En cierta medida lo que es mi señora esposa) me desprecia. No tengo amigos, ni amantes, ni dinero - que no sé yo ya si pensar que éste último concepto sea la causa de mi desventura - En fin... Si alguno de ustedes fuera tan amable... Por caridad les pido una ayuda... Que solo pido un beso que les sobre, un amago de abrazo, un gesto, una sonrisa... ¡Yo qué sé!... Un guiño de complicidad... ¡Algo sincero! Y si no quisieran darme "afectivo" y tuvieran algo de comer... Un chocho, una polla, un pezón, un culo... ¡Qué sé yo!... Unos morritos, un sobaco, una patilla... pues con mucho gusto se los comería. ¡Es triste pedir pero más triste es violar!... También les estaría muy agradecido si me la chuparan en profundidad... Me da igual el género del sexo/a, pues las circunstancias de la vida me han hecho “hetero”, “bi”, “homo” y lo que haya menester... Para que vean que no les miento, y si quieren comprobar el calibre de mi cipote, me la saco aquí mismo... Vean que tengo una polla enorme, pero con salud... Lleva la pobre en el paro más de dos años y nadie le da trabajo... Además, a causa de una artritis reumática en las muñecas de ambas manos por dormir en la calle ni siquiera me puedo masturbar, “oseas” hacerme lo que es un poco una paja, y no recibo ninguna ayuda de las administraciones públicas... Disculpen las molestias que haya podido causarles y que pasen un buen día... 
     Dicho eso, el tío se sacó de la bragueta una tranca morcillona de dimensiones realmente respetables y la dejó caer sobre con un sonoro “¡plof!” sobre la pernera del pantalón; seguidamente comenzó a andar entre la gente y a mirar a un lado y a otro de los asientos, mientras suplicaba con una voz entre lastimero y macarra... 
- ¿Me la podría chupar, por favor
- ¿A alguien le sobran unos besos sueltos
     La estupenda señora de mediana edad y contundentes formas que estaba sentada a mi lado hizo una seña al pedigüeño, quien se acercó sin recato y se puso frente a ella. La “doña” le desabrochó el pantalón, que cayó a plomo hasta la altura de sus calcetines, y agarró con voluptuosidad mal disimulada el hermoso rabo del menesteroso. Lo miró durante un instante, cerró lentamente los ojos y se aplicó a efectuarle una magistral felación que despertó (porqué no reconocerlo) una sana envidia tanto en mí como entre prácticamente la totalidad del pasaje.
- ¡Churrup, churrup, mmmmmm, gloumpfff, mmmmm! - mascullaba la mujer.
- ¡Uuufff!... ¡Aaah!... ¡Asín, asín!... ¡Me corro, me corro! - replicaba el maromo.
     Una vez acabada la faena, el tipo le dio un leve morreo con lengua a su benefactora, se subió el pantalón, y tras agradecer, como bien nacido (¡Muchas Gracias, señora, que Dios les bendiga!) abandonó el tren como quien no quiere la cosa. Nada más bajarse el mendigo del vagón, una señora comentó en voz alta: 
- ¡Pero qué sinvergüenzas!... A ese cabrón me lo tengo yo muy conocido del barrio... Pero si tiene mujer y dos amantes... Y encima pidiendo...¡Qué vergüenza
- ¡Claro, como siempre hay alguien que les da algo! - dijo otra improvisada inquisidora mientras miraba con desprecio a la caritativa “felatriz”, que se limpiaba indiferente la comisura de los labios. 
     Animados por los primeros comentarios, muchos viajeros se enfrascaron en un fogoso debate:
-  ¡Vamos, tanta hambre que pasan, tanta hambre... y luego follan más en un día que yo en un año!  
- ¡Me han contado que se sacan más de cincuenta besos a tornillo en un día
- ¡Uy, y a éste en especial, que siempre va por esta línea, le echan dos o tres polvos diarios
- ¡La verdad es que la tiene muy limpita, todo hay que decirlo
- ¡Si, la verdad, y más hermosa que hermosa, porque otros se la sacan y tienen una mierdecilla de picha que dan pena!
     Fue entonces cuando la estupenda señora sentada a mi lado me propinó un codazo en el riñón que me hizo despertar bruscamente de mi extraña ensoñación. Me había quedado “sopa” con la cabeza apoyada en su hombro, más o menos a la mitad de la disertación del zombi llorón.
     Me disculpé ante la señora, y con la mejor de las disposiciones y la mayor de las torpezas intenté limpiarle el reguero de babas que involuntariamente le había dejado en el escote. Escandalizada, se puso a manotear histéricamente como si le hubiera caído encima un avispero, la mujer logró que retirara mis zarpas de sus jugosos melones y entre todas las marujas consiguieron que abandonara el vagón entre una nube de bolsazos.
- ¡Qué sueños más raros me asaltan últimamente! - pensé mientras subía las escaleras mecánicas camino de la salida - creo que llevo demasiado tiempo sin echar un kiki.



     La casa de Fodgen estaba a menos de un minuto de la boca de metro, en una esquina entre la 53 y “Prince of Rare CockAvenue, rodeada de bonitas acacias. Curiosamente, esta tarde también estaba rodeada de coches patrulla de policía, cinta de balizamiento con la leyenda serigrafiada: “Policía No Pasar” y furgonetas del servicio forense. Algo me decía que había cumplido más rápidamente de lo habitual con el encargo de Puissy Dove. Apostaría corderos contra pajaritos a que Keytee Fodgen no estaba de viaje; al menos no el tipo de viaje que se acostumbra a contratar en las agencias. 
     Gracias a una placa falsa que me curré con una tapa de aluminio de un bote de Nesquik y a la falaz frase: “¡Teniente Drake, Homicidios!”, no solo corroboré mi lúgubre sospecha, sino que logré traspasar el cordón policial y colarme en la casa. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que allí había un montón de gente echando polvos. Para obtener huellas incriminatorias, eso sí, no vayan a pensar mal del cuerpo (de policía). En el dormitorio del piso de arriba, tendida en la cama como un muñeco roto, yacía el cuerpo ensangrentado de una mujer de mediana edad y cara anodina que miraba al vacío tras sus gafotas de culo de botella.
- ¡Keytee Fodgen! - dije en voz alta. 
- ¡Que te follen a ti, mamón! - el tipo gordo y calvo con la gabardina raída y el puro apagado a medio fumar se giró hacia mí. - ¿Qué te parece? ¡Pero si es Drake! mi metomentodo tocapelotas preferido... ¿Qué coño haces aquí?
- Buenas tardes, comisario Burriana - saludé con un leve toque del índice sobre el ala de mi sombrero - pasaba por aquí y he querido saludar.
- ¡Qué gracioso!… ¡¡Mac Arrigton!! 
- ¿Señor?
¡Saque de aquí a este tipejo antes de que contamine alguna prueba… o nos contamine a nosotros!
¡Un momento, Mac Arrigton! - detuve al agente con un gesto de la mano cuando oí que mi teléfono sonaba en el bolsillo de la chaqueta. Atendí a la llamada mientras el comisario y el forense miraban atentamente una de las paredes de la escena del crimen, concretamente la que estaba decorada con pintura del grupo 0 positivo. Luego me acerqué a ellos por detrás y tras echarles el humazo del recién encendido “Camel” en sus respectivas nucas, les dije: 
- Creo que el asesino pretende decirles algo
     Burriana y el forense se dieron la vuelta lentamente, dando la espalda a las enormes letras escritas con sangre fresca que conformaban la frase "Maderos hijos de puta" y me miraron con desprecio. 
- Además de lo obvio - dijo el forense con sorna - ¿Qué más cree usted que quiere decirnos el asesino
- No lo sé, averígüelo usted mismo - le ofrecí mi teléfono - está al aparato. Dice que quiere hablar con el oficial al mando.

© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2012


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