martes, 31 de julio de 2012

69.- Algo huele a podrido en la Línea 5. Capítulo 3

Como ya advertí en su día, "Algo huele a podrido en la Línea 5" no es un cuento infantil, y aunque es literatura contemporánea de calidad innegable, incluye pasajes narrados con un estilo que algunos no dudarían en calificar de pornográfico, por lo tanto no apto para menores y tampoco apto para mayores escandalizables o con reparos de tipo moral. Si perteneces a cualquiera de esos dos grupos, no sigas leyendo esto; o si lo lees, no te quejes luego... ¡Pero cooooño!




Capítulo 3

 Mendigo de amor   

     En el reverso de la tarjeta que me había facilitado la señorita Puissy Dove figuraba la dirección y el número de teléfono de la tal Keytee Fodgen. Decidí darme una vuelta por allí para colarme disimuladamente en su piso y fisgonear. Como mi viejo “Buick” agonizaba en un taller de un “polígamo” de las afueras, a la espera de la llegada de unas raras piezas que dejaron de fabricarse el siglo pasado, no tuve más remedio que coger el metro.
     Al no ser hora punta, el “tubo” estaba más o menos despejado de populacho, y pude pillar asiento sin problemas. Pero la tranquilidad duró poco, porque en la segunda estación de mi recorrido entró un vocinglero “méxica” u azteca, descendiente de aquellos que se salvaron de la matanza que Cortés ocasionó en Tenochitlán, dando voces y atizando, como sin querer y como quien no quiere la cosa, guitarrazos a todos los que estaban a su alrededor. ¡Terrible venganza la de aquellos a los que un día nuestros mayores invadieron y ahora invádennos a nos, a puros gritos de rancheras pasionales!
- ¡Líííndo día tengan todos ustedes, mis cuates! ¡Un poquitito de música para amenisarles ahorita mesmo el viajesito! ¡Ay, Chihuahua!
     Nunca entendí lo de "¡Ay Chihuahua!"... Los alemanes no andan por ahí gritando "¡Ay, pastor alemán!" ni “¡Ay, Baviera!”... ¡En fin!
    Comenzó el unipersonal mariachi a entonar la folklórica tonadilla del cono sur “Solo le pido a Dios”… Mentira podrida porque el gachó no solo le pedía a Dios, sino a cualquiera que se pusiera al alcance de su gorrilla. La presencia de un “jurata” en el andén de la siguiente estación, hizo que el callejero “múxica” se callara de golpe y disimulara de mala manera su tinglado de guitarra, carrito con amplificador y flautas andinas. Se apeó, pero, lamentablemente, fue sustituido por un individuo con muy malas trazas, que desconocía por completo el concepto “jabón” y que nos contó a todos que acababa de salir aquella misma mañana de la cárcel, al igual que el día anterior y el anterior al anterior. Con un tono de voz extraño, entre amenazador e implorante, que pretendía infundir una extraña fusión de miedo y compasión, fue caminando a lo largo del vagón, y al constatar que nadie le daba nada y que las mujeres asían con más fuerza los bolsos a su paso, abandonó el convoy cagándose de palabra en cada una de nuestras queridas madres, dando por hecho que trabajaban todas de meretrices. 
     Tomó el mendicante relevo un tullido que según sus propias palabras se suponía tenía sida y lo único que realmente tenía era una pinta de zombi que tiraba para atrás. El mugriento tiparraco tardaba más de un minuto en soltar cada una de sus lastimeras frases y nos tenía a todos amodorrados y medio hipnotizados. Cuando se hubo ido el zombi, entró otro caballero pidiendo limosna. Este al menos, aunque también entonaba el característico tonillo monocorde, era original:
- Hola, muy buenos días tengan ustedes. Miren... Disculpen las molestias que pudiera ocasionarles... Miren, soy un pobre hombre que desde hace un tiempo arrostra de alguna manera lo que es una seria carencia afectiva. Mi mujer (En cierta medida lo que es mi señora esposa) me desprecia. No tengo amigos, ni amantes, ni dinero - que no sé yo ya si pensar que éste último concepto sea la causa de mi desventura - En fin... Si alguno de ustedes fuera tan amable... Por caridad les pido una ayuda... Que solo pido un beso que les sobre, un amago de abrazo, un gesto, una sonrisa... ¡Yo qué sé!... Un guiño de complicidad... ¡Algo sincero! Y si no quisieran darme "afectivo" y tuvieran algo de comer... Un chocho, una polla, un pezón, un culo... ¡Qué sé yo!... Unos morritos, un sobaco, una patilla... pues con mucho gusto se los comería. ¡Es triste pedir pero más triste es violar!... También les estaría muy agradecido si me la chuparan en profundidad... Me da igual el género del sexo/a, pues las circunstancias de la vida me han hecho “hetero”, “bi”, “homo” y lo que haya menester... Para que vean que no les miento, y si quieren comprobar el calibre de mi cipote, me la saco aquí mismo... Vean que tengo una polla enorme, pero con salud... Lleva la pobre en el paro más de dos años y nadie le da trabajo... Además, a causa de una artritis reumática en las muñecas de ambas manos por dormir en la calle ni siquiera me puedo masturbar, “oseas” hacerme lo que es un poco una paja, y no recibo ninguna ayuda de las administraciones públicas... Disculpen las molestias que haya podido causarles y que pasen un buen día... 
     Dicho eso, el tío se sacó de la bragueta una tranca morcillona de dimensiones realmente respetables y la dejó caer sobre con un sonoro “¡plof!” sobre la pernera del pantalón; seguidamente comenzó a andar entre la gente y a mirar a un lado y a otro de los asientos, mientras suplicaba con una voz entre lastimero y macarra... 
- ¿Me la podría chupar, por favor
- ¿A alguien le sobran unos besos sueltos
     La estupenda señora de mediana edad y contundentes formas que estaba sentada a mi lado hizo una seña al pedigüeño, quien se acercó sin recato y se puso frente a ella. La “doña” le desabrochó el pantalón, que cayó a plomo hasta la altura de sus calcetines, y agarró con voluptuosidad mal disimulada el hermoso rabo del menesteroso. Lo miró durante un instante, cerró lentamente los ojos y se aplicó a efectuarle una magistral felación que despertó (porqué no reconocerlo) una sana envidia tanto en mí como entre prácticamente la totalidad del pasaje.
- ¡Churrup, churrup, mmmmmm, gloumpfff, mmmmm! - mascullaba la mujer.
- ¡Uuufff!... ¡Aaah!... ¡Asín, asín!... ¡Me corro, me corro! - replicaba el maromo.
     Una vez acabada la faena, el tipo le dio un leve morreo con lengua a su benefactora, se subió el pantalón, y tras agradecer, como bien nacido (¡Muchas Gracias, señora, que Dios les bendiga!) abandonó el tren como quien no quiere la cosa. Nada más bajarse el mendigo del vagón, una señora comentó en voz alta: 
- ¡Pero qué sinvergüenzas!... A ese cabrón me lo tengo yo muy conocido del barrio... Pero si tiene mujer y dos amantes... Y encima pidiendo...¡Qué vergüenza
- ¡Claro, como siempre hay alguien que les da algo! - dijo otra improvisada inquisidora mientras miraba con desprecio a la caritativa “felatriz”, que se limpiaba indiferente la comisura de los labios. 
     Animados por los primeros comentarios, muchos viajeros se enfrascaron en un fogoso debate:
-  ¡Vamos, tanta hambre que pasan, tanta hambre... y luego follan más en un día que yo en un año!  
- ¡Me han contado que se sacan más de cincuenta besos a tornillo en un día
- ¡Uy, y a éste en especial, que siempre va por esta línea, le echan dos o tres polvos diarios
- ¡La verdad es que la tiene muy limpita, todo hay que decirlo
- ¡Si, la verdad, y más hermosa que hermosa, porque otros se la sacan y tienen una mierdecilla de picha que dan pena!
     Fue entonces cuando la estupenda señora sentada a mi lado me propinó un codazo en el riñón que me hizo despertar bruscamente de mi extraña ensoñación. Me había quedado “sopa” con la cabeza apoyada en su hombro, más o menos a la mitad de la disertación del zombi llorón.
     Me disculpé ante la señora, y con la mejor de las disposiciones y la mayor de las torpezas intenté limpiarle el reguero de babas que involuntariamente le había dejado en el escote. Escandalizada, se puso a manotear histéricamente como si le hubiera caído encima un avispero, la mujer logró que retirara mis zarpas de sus jugosos melones y entre todas las marujas consiguieron que abandonara el vagón entre una nube de bolsazos.
- ¡Qué sueños más raros me asaltan últimamente! - pensé mientras subía las escaleras mecánicas camino de la salida - creo que llevo demasiado tiempo sin echar un kiki.



     La casa de Fodgen estaba a menos de un minuto de la boca de metro, en una esquina entre la 53 y “Prince of Rare CockAvenue, rodeada de bonitas acacias. Curiosamente, esta tarde también estaba rodeada de coches patrulla de policía, cinta de balizamiento con la leyenda serigrafiada: “Policía No Pasar” y furgonetas del servicio forense. Algo me decía que había cumplido más rápidamente de lo habitual con el encargo de Puissy Dove. Apostaría corderos contra pajaritos a que Keytee Fodgen no estaba de viaje; al menos no el tipo de viaje que se acostumbra a contratar en las agencias. 
     Gracias a una placa falsa que me curré con una tapa de aluminio de un bote de Nesquik y a la falaz frase: “¡Teniente Drake, Homicidios!”, no solo corroboré mi lúgubre sospecha, sino que logré traspasar el cordón policial y colarme en la casa. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que allí había un montón de gente echando polvos. Para obtener huellas incriminatorias, eso sí, no vayan a pensar mal del cuerpo (de policía). En el dormitorio del piso de arriba, tendida en la cama como un muñeco roto, yacía el cuerpo ensangrentado de una mujer de mediana edad y cara anodina que miraba al vacío tras sus gafotas de culo de botella.
- ¡Keytee Fodgen! - dije en voz alta. 
- ¡Que te follen a ti, mamón! - el tipo gordo y calvo con la gabardina raída y el puro apagado a medio fumar se giró hacia mí. - ¿Qué te parece? ¡Pero si es Drake! mi metomentodo tocapelotas preferido... ¿Qué coño haces aquí?
- Buenas tardes, comisario Burriana - saludé con un leve toque del índice sobre el ala de mi sombrero - pasaba por aquí y he querido saludar.
- ¡Qué gracioso!… ¡¡Mac Arrigton!! 
- ¿Señor?
¡Saque de aquí a este tipejo antes de que contamine alguna prueba… o nos contamine a nosotros!
¡Un momento, Mac Arrigton! - detuve al agente con un gesto de la mano cuando oí que mi teléfono sonaba en el bolsillo de la chaqueta. Atendí a la llamada mientras el comisario y el forense miraban atentamente una de las paredes de la escena del crimen, concretamente la que estaba decorada con pintura del grupo 0 positivo. Luego me acerqué a ellos por detrás y tras echarles el humazo del recién encendido “Camel” en sus respectivas nucas, les dije: 
- Creo que el asesino pretende decirles algo
     Burriana y el forense se dieron la vuelta lentamente, dando la espalda a las enormes letras escritas con sangre fresca que conformaban la frase "Maderos hijos de puta" y me miraron con desprecio. 
- Además de lo obvio - dijo el forense con sorna - ¿Qué más cree usted que quiere decirnos el asesino
- No lo sé, averígüelo usted mismo - le ofrecí mi teléfono - está al aparato. Dice que quiere hablar con el oficial al mando.

© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2012


jueves, 26 de julio de 2012

67.- Relatos para parar un tren


Acaba de fallarse el premio del concurso de relatos Breves de RENFE de este año 2012. Como siempre, el relato debía versar sobre el monotema “El Tren y sus cosas” y debía tener menos de 99 palabras. El ganador del libro electrónico “papire” (cada vez están más rácanos con los premios) es Juan Luis Revuelta Sansegundo (¡Enhorabuena, chavalote!) y su galardonado cuento se titula "Estación de Paso"


Estación de paso 

Lo divisé desde lejos. El viejo jefe de estación parecía inquieto. Lo vi mirar su reloj y ajustarse la gorra roja. Vi acercarse el tren, un trazo veloz que avanzaba subrayando un cielo limpio. Subí la ladera jadeando. El jefe levantó, orgulloso, el banderín, como en sus mejores días, mientras el tren silbaba ante él. Llegué a su lado y contemplé sus ojos. Ya nunca brillaban así. Y mientras pasaba mi brazo sobre sus hombros le susurré: Vamos a casa, papá, los trenes de alta velocidad no paran aquí. Y ya no necesitan señal de paso.



Como siempre, yo he llegado tarde a la presentación de originales, y es una pena porque tenía dos relatos preparados que son la caña de España y hubiera ganado de calle… A saber:


El rápido de Barcelona

Se acerca un señor a la ventanilla de información de Atocha y pregunta:
- Por favor, señorita ¿Me podría decir cuánto tarda el tren a Barcelona?
- Si, un momentito...
- Pues muchas gracias. 





Y este otro, que por tener, tiene hasta música en el desenlace.


La Brasa

¡Chuku chuku chuku chuku chuku! ¡Piiiiii! ¿Falta mucho, papá? No. ¿Falta mucho, papá? No. ¿Falta mucho, papá? No. ¿Falta mucho, papá? No. ¿Falta mucho, papá? No. ¡Chuku chuku chuku chuku chuku! ¡Piiiiii! ¿Falta mucho, papá? No. ¿Falta mucho, papá? No. ¿Falta mucho, papá?...
Silencio tenso
¿Parará, papá? ¡Parará, Pachín! ¿Parará, papá? ¡Parará, Pachín! ¿Parará, papá? ¡Parará, Pachín! ¿Parará, papá? ¡Parará, Pachín!



¿Qué? ¿Cómo se os ha quedado el cuerpo?... ¡Hostias! ¿”Sus” acordáis de este de Eugenio?

- Señorita, ¿Cuándo sale el rápido?
- ¡Yaaaa!

Y para culminar esta apoteosis de despropósitos (No, la cosa no va contigo Juan Luis Revuelta Sansegundo, enhorabuena chavalote) voy a leeros un relato mío súper asqueroso. También es de trenes, pero este tiene más de 99 palabras.


El moco aun no tenía la textura adecuada; recién salido de la fosa nasal del mugriento, iba de un dedo a otro, promiscua pelotilla infecta, adheriéndose con una viscosidad diríase cuasi magnética a la capa grasa de las yemas. El individuo (mugriento) estaba sentado frente a mí y parecía hacer con la mano el gesto de “dinerito”, “dinerito”, pero solo refinaba el producto después de buscar petróleo. Es lo que tiene buscar mocos secos pegados a los pelos del bigote interno, que a veces te encuentras con arenas “moquedizas”.
    Al ver que no se desprendía “de motu propio”, optó por convertirlo en el punto tridimensional de la “i” de la frase “VENTANA DE EMERGENCIA” y allí lo dejó, pegado al cristal, mientras abandonaba el vagón para apearse en su estación.
      Su lugar lo ocupó una señora con un niño en brazos. El bebé empezó a manotear el cristal con entusiasmo.
- ¡¡Mira los treneeees... Uy, qué bonitos los treneeees!! – decía la madre sujetando a la criatura con una mano mientras que con la otra rebuscaba en el bolso buscando su teléfono móvil. Pero al nene ya no le interesaban una mierda los trenes. Toda su atención se dirigió al amarronado corpúsculo que coronaba la “I” latina mayúscula de la palabra “EMERGENCIA”.

        Yo lo observaba todo desde el asiento de enfrente. Lamentaba no poder hacer apuestas con el individuo que iba sentado a mi lado. A lo peor él no era un observador tan sutil como yo.

      Mientras el nene agarraba con sus deditos el moco semi-seco y hacía intención de llevárselo a la boca, mi mente se formulaba varias preguntas:
¿Dónde habría estado previamente el dedo del marrano se? ¿Tendría el muy asqueroso alguna enfermedad grave? ¿Sarcoidosis? ¿Lupus? ¿Síndrome “paraneoplásico”? ¿Debería avisar a la señora o dejar que la Naturaleza siguiera su curso? ¿Por qué los progenitores de ahora no enseñan a sus hijos la palabra “caca” y les hacen entender la frase “Eso no se toca”?

      Decidí ser un buen tipo: instantes antes de que el angelito ingiriera una buena dosis de ADN ageno, le agarré la manita y se la separé de la boca. El niño no se lo tomó bien y se puso a gritar como cerdo en matanza. La progenitora tampoco esperó explicaciones y también se puso a gritarme que quien era yo para tocar al niño. Entonces, al ver que el niñardo seguía con el moco entre sus dedos y lo miraba con avidez, recordé la sabia frase castellana “Lo que no mata, engorda”, me levanté tranquilamente, di los buenos días y salí del vagón.

© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2012




miércoles, 25 de julio de 2012

65.- El Medievo Fanzine

The John Renbourn
"A maid in Bedlam"

Conocí a John Renbourn a partir de la maravillosa banda de folk Pentangle. Más tarde empecé a interesarme por él a nivel individual, eso sí, bien acompañado de la cantante Jacqui McSheeReúne para mi gusto la exquisitez del “folk/country/renaissance/blues/acustic/guitar”... Toda esa palabra junta y tan larga se la adjudico a Renbourn. Maravillosos todas sus composiciones. Donde se dan citan los celtas, el medievo, y finísimos toques de jazz. En España fueron publicados en su momento por el sello Guimbarda, con libreto bilingüe y muy bien hechos; como deberían seguir siendo las cosas. Estuvo en Madrid hace ya unos cuantos años, con Stefan Grossman... Para recordar.

Quiero destacar una canción, que me gusta muchísimo en especial de uno de sus discos - El Jardín Encantado - “Douce Dame Jolie”. Es una Virelai, un tipo de canción, o poema musical medieval francés, que se remonta después del 1349, su forma tiene el estribillo en cada estrofa. Cogieron esa melodía y la tocaron utilizando la afinación y el tono del folk, añadiendo nuevas líneas que no existían en la original. Las nuevas letras (de la canción) son de Anne Lister y retienen el feeling o atractivo de la canción sin ser una traducción literal. John Molineux: Voces, Dulcimer de 4 cuerdas, Afinacion de la guitarra: Dagdad, Flauta de pico o dulce (Recorder) Discante y tenor Glockenspiel, Tabla, Cucharones Platillos de dedo. 

Espero que os guste... Jazzy_k.saludos.

"Douce dame jolie"
Letra en Francés (Original)

Douce dame jolie,
Pour dieu ne pensés mie
Que nulle ait signorie
Seur moy fors vous seulement.
Qu'adès sans tricherie
Chierie
Vous ay et humblement
Tous les jours de ma vie
Servie
Sans villain pensement.
Helas! et je mendie
D'esprance et d'aïe;
Dont ma joie est fenie,
Se pité ne vous en prent.
Douce dame jolie.
Mais vo douce maistrie
Maistrie
Mon cuer si durement
Qu'elle le contralie
Et lie
En amour tellement
Qu'il n'a de riens envie
Fors d'estre en vo baillie;
Et se ne li ottrie
Vos cuers nul aligement.
Douce dame jolie
Et quant ma maladie
Garie
Ne sera nullement
Sans vous, douce anemie,
Qui lie
Estes de mon tourment,
A jointes mains deprie
Vo cuer, puis qu'il m'oublie,
Que temprement m'ocie,
Car trop langui longuement.
Douce dame jolie,
Pour dieu ne pensés mie
Que nulle ait signorie
Seur oy fors vous seulement...

64.- Memorias Eróticas


Un crucero de lujo, en el que viajan la afamada y maciza actriz Scarlett Johansson y el equipo de rodaje de su última película, naufraga en el Pacífico, frente a una isla desierta paradisiaca. Solo se salvan la guapa artista y un mecánico de la tripulación del barco. Durante meses, esperando a que les rescaten, sobreviven a base de rape, ostras, langostas y frutas tropicales. No se sabe muy bien si debido a su situación de aislamiento, si provocado por la dieta alta en oligoelementos afrodisíacos o simplemente porque son jóvenes y de sexos opuestos, nuestros náufragos entablan una fogosa y ardiente relación sexual que les lleva a hacérselo en la playa, en la jungla, en la montaña, y de nuevo en la playa. Un “no parar”, que se dice.
Sin embargo, con el tiempo, el mecánico se torna inquieto y taciturno, pasa horas oteando el horizonte en busca de un barco que nunca llega. Scarlett, preocupada, le pregunta:
- ¿Te ocurre algo, cari? Te noto inquieto y taciturno
El mecánico, por toda respuesta, se desnuda, y ofreciendo su raído mono azul a la chica, le pide “porfa” que se lo ponga. Scarlett, aunque un tanto extrañada, le complace y se pone el mono. El tío pasa su dedo por un tizón apagado de la hoguera de la noche anterior y le pinta un bigote a la actriz.
- ¡Buah, tío, ya no aguantaba más! – exclama el mecánico, dando unas vigorosas palmadas en la espalda de la rubia – si no se lo cuento a alguien, reviento… ¡No te lo vas a creer, chavalote! ¡Llevo más de tres meses tirándome a Scarlett Johansson




¿Por qué nos cuenta ahora este chiste malo, aquí el “andobas”? – se preguntarán algunos lectores curiosos. Pues porque me viene que ni pintado para presentar el siguiente texto:


El hecho de que yo sea un escritor amateur a la par que mediocre, no quita para que posea los defectos de todos los escritores, que son por naturaleza exhibicionistas, vanidosos y egocéntricos. Meros “cuentacuentos” de pacotilla en busca de lectores, un poco de reconocimiento, cuarto y mitad de halagos, y de paso, de algo de dinerillo en el caso de los más talentosos o afortunados, que de todo hay en el mundo de las letras.

Comencé a escribir mis memorias cuando el médico de cabecera me dijo que me quedaban, a lo sumo, 50 años de vida. Dando por sentado que los avatares de mi existencia eran lo suficientemente anodinos como para no interesar ni al “Tato”, pensé que lo que había que hacer era explotar el cotilla que todos llevamos dentro, y potenciar los aspectos más morbosos y “picantes” de mi humilde paso por este valle de lágrimas. Así pues, firmemente decidido a trascender, di un giro al tono de mis memorias y cargué las tintas en los pasajes puramente carnales. Una vez terminado el primer borrador, y teniendo en cuenta mi fosco estilo directo y chabacano, aquello parecía una puñetera novela porno.



Como el sexo, al menos el bueno, es cosa de dos, o de tres, o de…  el caso es que decidí que aquellas páginas no debían ver la luz, no solo por el respeto debido a la intimidad de las personas aludidas, sino también porque no contaba con su autorización expresa. Mis “Memorias Eróticas” duermen ahora escondidas en un rincón "polvoriento" de mi mente… y es una pena, porque lo que no se sabe, o no se cuenta, no habrá existido nunca. Y a veces, solo a veces, como el mecánico del chiste, me torno inquieto y taciturno, y paso horas oteando el horizonte, en busca de un barco que nunca llega.

Pero como la fantasiosa y romántica introducción que escribí en su día para dicha obra no compromete a nada ni a nadie, he decidido publicarla hoy aquí. Espero contar con la discreción de los cuatro o cinco osad@s que lean esto, y no revelen a nadie lo que aquí se desvela. Tal y como hizo en su día mi querido coronel Sandford, llevándose con él a la tumba tan oscuros y lúbricos secretos.



Rafael Martínez Sainero
"Memorias Eróticas"

Capítulo 1
"El Coronel Sandford"

     El rey de los astros se retiraba con majestuosa parsimonia para descansar tras los palmerales que rendían honores en sus orillas al río sagrado. Los perezosos cocodrilos tomaban los postreros rayos de sol, y en la cubierta del "Cleopatra", un vetusto esquife que cumplía su último servicio como crucero por el Nilo Blanco, paseaba Lady Samantha Delaware, de la estirpe de los Delaware de Devonshire.
     Era Lady Samantha un dama en toda la extensión de la palabra y, por qué no decirlo, en toda la extensión de su esplendoroso cuerpo, ahora oculto bajo un despampanante vestido escotado de vaporoso organdí escarlata. La belleza concentrada en la cadencia con que Lady Samantha desplazaba sus caderas de un lado a otro eclipsaban la del más maravilloso de los ocasos vistos en las riberas del gran río africano.
     Cuando pasó ante nosotros, bajo su blanca sombrilla, inclinó levemente la cabeza en señal de saludo. Las rosas de tela de su pamela se mecían lánguidas con la brisa de la tarde y su sonrisa iluminó mi alma y las de mis compañeros de travesía. Todos nos incorporamos como impulsados por un resorte y devolvimos el saludo levantando ligeramente nuestros salacots. Guardamos un reverencial silencio hasta que su escultural silueta se perdió por la puerta que conducía a los camarotes. Al volver a sentarnos, comprobamos que la naturaleza es sabia y que no solo los salacots se levantan cuando Lady Samantha Delaware pasa ante hombres que se precien de serlo. Todos resoplamos al unísono y volvimos a recostarnos en los confortables butacones de mimbre para disfrutar de la deliciosa brisa ribereña, una buena copa de brandy y de un poco de amena plática.



  Nos encontrábamos reunidos allí el viejo coronel Cleyton Sandford, experto cazador ya retirado; Lord Everett Pillingrim y Sir William Duncan, dos jóvenes y ociosos nobles galeses que habían venido al continente negro en busca de aventuras; Lord Samuel Rowland, grave y circunspecto hombre de negocios, y yo mismo, Ralph Shainer, zoólogo adjunto a la Facultad de Paleontología de la Universidad de Stanfordbridge, en Standford.
     El tema de conversación, que antes del paso de Lady Samantha versaba sobre las costumbres de pastoreo de los massai en las faldas del Kilimanjaro, cambió radicalmente.
- Caballeros - exclamó Lord Everett - constato, a la vista de sus rostros encendidos, que profesan por Lady Samantha similar admiración a la mía propia.
     Sir William Duncan tomó la palabra:
- Admiración es un paupérrimo epíteto que no hace justicia a la rutilante belleza de semejante diosa, mi querido Everett. Yo lo describiría como... ummmm... "adoración absoluta"... sí.... más bien.
     Un desagradable y premeditado carraspeo con profusa emisión de miasmas y mucosidades cortó de raíz la conversación.
- ¡Ejem... ruuummghj!
    Todos volvimos la vista hacia el viejo coronel Sandford, que comenzó a hablar lentamente, con un gutural vozarrón producto de años y años de ingesta de aguardiente barato:
- No dejen que la perfecta morfología de esa estirada y empingorotada grulla calientabraguetas les obnubile la sesera, caballeros. Es evidentemente una frígida sin un gramo de pasión en su mirada y, por ende, en el epicentro de sus caderas
     Sir William, indignado, quiso protestar airadamente ante las ofensivas palabras de Sandford para con la dama, pero se contuvo. El coronel continuó hablando. 
- No tienen ustedes ni idea de lo que es una verdadera mujer... Se dejan fascinar por el decorado de una vanidad premeditada... Belleza sin gracia, anzuelo sin cebo... Yo podría hablarles de pasión, de ardientes momentos de lujuria... ¡De mujeres de verdad!
     Hubo unos momentos de tenso silencio. El coronel Sandford sacó su pipa de la faltriquera y llenóla de tabaco con una parsimonia tal, que nos hizo sospechar a todos que se avecinaba otra de sus batallitas. En efecto, a la tercera bocanada de humo, el viejo se marcó una de aventuras:
- Escuchen bien, caballeros: lo que voy a relatarles ocurrió hace ya muchos años, e incluso hoy, cuando vuelvo a rememorarlo, se me forma un nudo en la garganta. ¡Cof, cof, grrruaffpgh... Sput! – tosió  y escupió sobre cubierta – Disculpen, caballeros, me refería a otro nudo bien distinto a este, que solo ha sido producto de la ingesta incontrolada de brandy.
     El viejo Sandford guardó silencio durante unos instantes, nos pasó revista con una sucinta mirada para comprobar que ninguno de nosotros había huido, y continuó:
- Hallábame por aquellos días acampado en la orilla izquierda del río Zambeze, más allá de las llanuras del Sherenguetti, en un poblado de salvajes sin cristianizar que se llamaban a sí mismos Webó Makelelé Wgana N´gossi, que viene a significar, más o menos, "Aquellos que miran de frente a la muerte mientras cantan a los dioses de la guerra". No quiero aburrirles con complejos análisis semióticos del idioma N´wanga, pero es curioso observar que tan solo la palabra "N´gossi" es la que contiene en su concepto tan larga y ampulosa frase sobre la muerte y la guerra, ya que "Webó Makelelé Wgana" unicamente significa "semos".... A lo que íbamos, señores: Me encontraba allí por motivos de negocio, intentando organizar una peligrosa expedición de caza mayor en las ignotas tierras de los legendarios Tarumbas... ¡Por San Jorge! Puedo asegurarles, sin temor a caer en la exageración, que reclutar indígenas Webó Makelelé Wgana N´gossi para ir a la región de los Tarumbas es el cometido más arduo que un hombre pueda emprender.
- ¿Y en qué radicaba la dificultad, si me permite decirlo, mi querido coronel? - pregunto Lord Everett bostezando para adentro.
- Se lo permito, Everett, muchacho, se lo permito... Pues verá, resultó que aquellos que miran de frente a la muerte mientras cantan a los dioses de la guerra, se cagaban de miedo, con perdón de la expresión, si miraban de frente a los Tarumbas.
- De todo punto comprensible - inquirió Lord Rowland, llevándose a los labios la copa de brandy - tengan ustedes en cuenta que la visión de la vida y la muerte que poseen estos aborígenes es por completo dispar a la que tiene el hombre civilizado. Esto me trae a la memoria el erudito ensayo "Several incapacity of brain process in very black people", obra del insigne antropólogo Sir Ferdinand Triplehornborrows, cuya lectura recomiendo, en el cual compara la capacidad de raciocinio de los negroides con la de un cacahuete.
- Eso es xenofobia - dije.
- ¿Quién? - preguntó Rowland.
- ¿Quién qué? - pregunté yo.
- ¿Quién no fobia? - preguntó de nuevo Rowland.
- No sé a lo que se refiere... - exclamé, desconcertado - Desconozco el significado del verbo "Fobiar"... Yo me refiero a racismo, señores - retomé el hilo del debate - incluso el severo clero anglicano admite la posibilidad de que los salvajes tengan algo parecido a un alma.
- Alma no sé si tendrán los Webó Makelelé Wgana N´gossi - volvió a intervenir el coronel - pero cojones fijo que no... ¡Si serán cagaos!... En fin... Con la venia de Sus Señorías prosigo: 
Ante el retraso de la partida del safari, opté por descansar unos días allí. Una tarde  que me encontraba limpiando la carabina frente a mi tienda de campaña, tuve un curioso encuentro: En lo alto de la colina apareció de repente la silueta dibujada contra el sol de un hombre completamente desfallecido, con sus vestiduras hechas jirones y la muerte dibujada en el rostro. Caminó tambaleándose y se desplomó en mis brazos entre una nube de polvo. Con un violento empujón aparté lejos de mí al famélico mugriento (nunca se sabe qué tipos de enfermedades te pueden contagiar) y el golpe que se propinó en la nuca al caer contra el arcón metálico de las municiones contribuyó sin duda a acelerar aun más su ya inminente muerte. Entre sus continuos balbuceos y esputos sanguinolentos, logré entenderle algunas palabras inconexas:
- La cueva... Las memo...  Las memorias – dicho lo cual feneció.



Me acerqué y procedí a registrarle por si llevaba algún tipo de identificación y, sobre todo, por si llevaba dinero encima. En su faltriquera descubrí su pasaporte, un trozo de tela raída, muy antigua, con un mapa dibujado burdamente y unas palabras escritas con sangre, pero nada, absolutamente nada de efectivo.
Quedé significativamente estupefacto al leer aquello:

“Me estoy muriendo de hambre y frío en una cueva de la vertiente norte de estas horribles montañas que se conocen con el nombre de “Las Perzas de Salomé”. Escribo esto con mi propia sangre como tinta, mi cuchillo como pluma y un trozo de mi camisa como papel. Quien encuentre este mapa, ruegue al Todopoderoso que tenga mayor ventura que yo, y si logra atravesar el desierto y posteriormente escalar la cordillera, pueda llegar a la legendaria ciudad de Papoab, la tierra de las eternas ninfómanas, que yo no he logrado alcanzar, la tierra prometida donde reina la lujuria más desenfrenada y libidinosa. Mi deseo de completar mis “Memorias Eróticas” , las cuales llevo en mi faltriquera, no se verá cumplido con este maravilloso capítulo final, con este exótico broche de oro a una vida libertina y promiscua que sería morir de placer en los brazos de las sacerdotisas supremas del amor. Que lo intente otro con más fortuna que yo. Y ahora ya, sin más rollos, entrego mi alma al Señor”.

José de Silveira y Salaberry

- Chocante – exclamé para mis adentros – Pero ahora estaba clara la cuestión: Este mugriento, cuya merced era, ateniéndonos al pasaporte, la de un portugués llamado Antonio de Leyva y Coimbra de Setúbal y Opañel, y que ahora yacía en el suelo de mi tienda, se había hecho, Dios sabe cómo, con el mapa del mítico explorador don José de Silveira Salaberry, un mapa que es la soñada llave que abre el camino a la legendaria y mítica Papoab, el paraíso de todo “salidorro” que se precie.
Rebusqué en el zurrón del fallecido y encontré un puñado de folios sucios atados con un cordel. Eran sus inconclusas memorias eróticas. Mandé a los Webó Makelelé Wgana N´gossi retirar el cadáver del desgraciado (cosa esta que hicieron con indisimulado regocijo ante la perspectiva de un suculento estofado), preparé una copiosa pipa, me senté cómodamente en el camastro y dispúseme a leer los avatares de la vida sexual del intrépido aventurero.
     El anciano coronel se quedó callado mirando al vacío desde sus gastados ojos hundidos en sus profundas cuencas. Unos pensábamos que había terminado su disertación, otros, que había muerto de una súbita apoplejía. Cualquiera de los dos supuestos era una inmejorable excusa para retirarnos discretamente, por lo que empezamos a levantarnos... Pero hete aquí que una fuerte tos “carraspérica” sacó a Sanford de su ensoñación.
- ¡Ejem... ruuummghj!... Pero ¿Cómo? ¿Ya se retiran ustedes? ¿No les interesa conocer la vida amorosa del portugués muerto?
     Todos le miramos de hito en hito, parpadeando histéricamente. Yo tuve el suficiente valor para arrancarme y decirle la cruda verdad:
- Sinceramente y con el respeto debido, coronel, creo hablar en el nombre de todos si le digo que, sinceramente, la vida sexual del tal Antonio de Leyva o de las del Salaberry se nos da una higa.
- Ahí lo tiene, jovencito, ahí es a donde quería llegar. Durante hora y media de tediosa lectura estuve a punto quemar el manuscrito... Eran vulgaridades, chorradas nimias sin el mínimo interés. No me extrañaba que el pobre portugués se aventurara a cruzar el desierto en busca de las ninfómanas de Papoab. La admiración de todas Vuestras Mercedes por el ridículo contoneo de caderas de la señorita Delaware... ¡Bah!- escupió en el suelo con desprecio y un hilillo de baba se le quedó colgando de la barbilla – Ninguno de ustedes sabe nada de sexo y amor verdadero si no ha escalado las indómitas cumbres de las Perzas de Salomé, si no ha estado en los vergeles “pajarisiácos” de Papoab y no ha sido besado por los labios insaciables de las diosas del amor



     Comprendí entonces, viendo la lágrima que asomaba en el rabillo del ojo del coronel, que Sandford lo había logrado... Había algo en su mirada, un extraño brillo cuando hablaba de la ciudad perdida de Papoab... ¡Estaba diciendo la verdad! ¡Él utilizó el mapa de Silveira y la nota de Leyva como guía para llegar hasta la ciudad de las “ninfoamoniacas”!
- Solo usted me cree, Shainer, ¿No es cierto? – me dijo Sandford, mirando con cara de asco al resto de contertulios – para demostrarles que no miento voy a hacer a este joven un presente y a ustedes no les quedará más que roerse las uñas de envidia cochina.
     Estaba encantado, el viejo me iba a dar el mapa de Silveira... ¡Ya me veía rodeado de ninfas del agarro, nubias cotorreras del gusto dándome placer a espuertas!
      Sandford sacó de una mochililla un puñado de folios raídos y me los entregó. ¿Qué era esto? ¿Acaso una broma de mal gusto? Solo eran las vulgares “Memorias Eróricas”...
- Qué... ¿Qué pasa con el mapa? ¿Y el mapa de Salaberry? – exclamé con voz chillona...
- Lo siento, hijo - contestó el coronel -  la reina de las ninfoamazonas me descubrió el mapa y lo destruyó. Ahora si me disculpan... Se está levantando un relentillo que no le va demasiado bien a mi reúma.
         Sandford se levantó con dificultad de la butaca y se tiró un sonoro cuesco. Se retiró a su camarote y nos dejó allí; a mí con cara de bobo y un montón de papeluchos encima de las rodillas, y al resto partiéndose la caja a puras carcajadas. ¡En fin! Así es la vida... Da igual que durante tu existencia hayas estado en Papoab o que solo dieras un tímido beso en la mejilla a tu prima... Al final, incluso al vetusto coronel Sandford solo le quedará el recuerdo, al igual que al resto de nosotros. Un leve soplo de memoria en el corazón y el deseo de contárselo a alguien. El deseo de compartir... ¿O tan solo el deseo de dar la brasa?

© Rafael Martínez Sainero, Pirata. 
En Guadalajara, a diecisiete días del mes de febrero del año de Nuestro Señor Jesucristo de dos mil y siete.

martes, 24 de julio de 2012

63.- Epi sobrio primero: La Manaza Fantasma



Sí, ya estoy aquí de nuevo... El plasta de las Galaxias. Pero es que me quedaba una cosa por contar:


Había una vez un cine en la plaza de Isabel II de Madrid, más conocida como Plaza de Ópera, que se llamaba Real Cinema. Tenía una pantallón de cojón de mico mareao, en curva, gigante, donde se veían películas de fotogramas de 70 mm. en “Cinerama” o “Cinesmascope”, que no sé lo que era exactamente, pero que permitía ver las películas al doble de grande de lo que se ven ahora, cosa que estaba muy bien a no ser que te tocara la primera fila.
Una magnífica tarde de 1977 vi un precioso cartelón sobre la fachada de la dicha sala de proyecciones que anunciaba una “peli” de riguroso estreno con el pretencioso título de “La Guerra de las Galaxias”. Dado el nivel de los efectos especiales de la época, me imaginé algún truño de ciencia ficción serie B, que por otro lado me encantan, así que sin dudarlo compré la entrada y tras pillar las preceptivas palomitas y darle una propinilla de cincos duros al acomodador, me senté en la butaca central de la fila de en medio de la mitad de la sala. 



Se apaga la luz… estruendo de timbales y fanfarrias y logo de la “Twenty Century Fox”… Hasta ahí, todo normal. Fundido en negro… silencio… letras azules… rótulo: “Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…” ¡Coño! exclamé sorprendido para mis adentros, empieza como un cuento, eso está bien… y pasa de las típicas movidas catastrofistas de la humanidad en los lejanos futuros de 1990 o ¡2000!... De repente, un bofetón de notas musicales de orquesta sinfónica asaltando mis oídos. ¿Qué coño pasa aquí? me pregunté ¿Se han equivocado de peli? ¿No se suponía que las películas de ciencia ficción tienen bandas sonoras compuestas por enajenados de sanatorio psiquiátrico a los que les han dejado un teclado “Casio” y un sintetizador como terapia? ¡Aquello era una sinfonía clásica en toda regla! ¡Y la música era de puta madre!... Aquello prometía… Luego salieron unas letras que se perdían en el espacio exterior. ¿Nos encontramos en un periodo de Guerra Civil? ¡No jodas que me he equivocado y me he metido a ver alguna españolada! ¿Rebeldes? ¿Imperio? ¡Bien!... las letras perdiéndose a lo lejos… la bonita sintonía musical se tranquilizó… espacio… estrellas… y de repente sucedió algo mágico, mi mundo cambió por completo en menos de un minuto. Una nave espacial surgía de la parte superior de la pantalla, estaba siendo bombardeada por luminosas ráfagas láser y de su casco surgían explosiones humeantes entre el estruendo de las detonaciones. El hecho de que en el vacío del espacio interplanetario no se propague el sonido y de que no haya oxígeno que permita ese tipo de deflagraciones me dio ya lo mismo para siempre. Una gigantesca fragata imperial blanca abarcaba entonces toda la pantalla, persiguiendo a su presa, al abordaje, como en una película de piratas. Y yo babeaba de satisfacción. ¿Pero qué es esto?  ¡Era inspirado! ¡¡Era genial!! 2 horas después ya era un jovencito sensiblemente más feliz y estaba completamente enamorado de Carrie Fisher, quería tener una espada láser como fuera, Darth Vader me parecía el villano de villanos de la historia del cine y en definitiva, estaba enganchado de por siempre al universo “Star Wars”. 


Un servidor, con 17 añitos recién cumplídos, en compañía de las gemelas Leia Orgiana y María
de la Consolación Orgiana. La gran fiesta en la estrella ideal ¡de la muerte!

Algo debe tener esta película que ha hecho que lo mismo que sentí yo, lo sintieran millones de espectadores, incluso en épocas en que los efectos especiales ya eran sensiblemente mejores. No nos cansábamos de ver la cinta una y otra vez, los niños adaptaban sus trajes de judo para disfrazarse de Luke Skywalker, coleccionábamos los cromos y nos comprábamos linternas con tubos telescópicos de plástico para simular sables láser. Era la locura.

Excelente Álbum y colección de cromos. Yo hice la "cole" y tenía lleno el álbum, pero creo que lo he perdido. ¡Cagon tó!

Luego llegarían las secuelas: Gran film la segunda parte "El amperio contra Paca" de Irvin Kershner (reconocido por críticos, cineastas y cinéfilos en general) y muy bueno también "El Retonno del Jedi" de Richard Marquand. Y siglos después, con mejores medios y más millones, el propio George Lucas se puso detrás de las cámaras para filmar los episodios 1, 2 y 3. Pero jamás ninguno de esas cintas lograría tener el "duende" o la magia que poseía la maravillosa película original. Hay gente que no se cree que el hombre haya pisado la luna y que el director del “Star Wars Episodio IV: Una Nueva Esperanza” sea el mismo que poco después pergeñó la insoportable “El pato Howard”.   
Últimamente, a Lucas se le ha ido la olla por completo y no para de sacar reediciones de la saga con retoques digitales, absurdos añadidos y cagadas de todo tipo. Ya hay más de 5.000 millones de firmas que piden la inmediata congelación en carbonita del afamado director. A ver si se está quietecito.

Lucas en carbonita, para preservar sus constantes, después de entrar en shock por su manía de supervisar personalmente todos los productos de su franquicia. A la derecha, el producto en cuestión. 


Y vamos ya con el festival de chorradas frikoides, para empezar, monográfico de Leia, que empieza con la habitual viñeta cómica:


Seguimos con "Darth Mother" revelando su verdadera identidad y... ¡Anda! ¡Mira lo que hace la guarra de su hija!: De pendoneo playero con su nuevo "churri", un guardia "gonorreano" del palacio de Jabba, y jugando con su peluche ewok favorito. ¡Yuuupiii!



Más tontunas: Si se te acerca un wookie y te toca una teta, déjale, no se vaya a mosquear igual que cuando pierden al ajedrez galáctico.



Y ahora, plagiando por to el morrazo a nuestro insigne colaborador Guelox y a Iniesta... ¡¡Caramelos PEZ galácticos para todos!!




¿Quién coños es el último? ¿Un piloto de caza imperial o un hombre rana de Tatooine?


Unas recomendaciones de moda nunca vienen mal. Esta es la tendencia en el imperio para esta primavera-verano... 

El bañador modelo R2D2 de la chiquita de los tatuajes me trae por la calle de la amargura.
O a lo mejor es simplemente la chiquita de los tatuajes... ¡¡Buuufff!!

Ahora, Un poco de propaganda militarista...


Y una tira cómica cojonuda:


 Y una pequeña muestra de la descacharrante parodia de "Star Wars" que hicieron los chicos de "Padre de Familia":



Y ya, para terminar (os lo juro)... un chiste malo: Se abre el telón y se ve a Epi, de "Barrio Sésamo", completamente sereno y ganando una carrera a 14 borrachos. Al fondo, un siniestro ectoplasma gigante con forma de mano. ¿Cómo se titula este "post" "u" "entrada"?

Rafael Martínez Sainero, Pirata 2012